Los padres son los que marcan las rutinas de los hijos, los encargados de poner orden en su pequeño mundo para hacerlo seguro y predecible a través de la repetición de rituales que el niño asocia a cada actividad cotidiana.

Es importante mantenerse firme y constante en la instauración del hábito respetando las rutinas, ya que ayuda a prevenir y controlar conflictos como: manipulaciones, miedos, obesidad o comportamientos inadecuados.

El niño no sabe la hora, ni diferencia los días, hasta que los padres con un horario y un rígido cumplimiento del mismo, le estructuran su vida, generándole un esquema interno que le permita ir adaptándose al medio. Adquirirlos no solo influye en el crecimiento, el bienestar y la salud del niño, también facilita la adquisición de aprendizajes posteriores. El niño que tiene un adecuado hábito de alimentación y sueño encontrará menos dificultades a la hora de enfrentarse al estudio.

Aunque la forma de instaurar hábitos es siempre la misma, hay que estructurarlos en función de sus necesidades y capacidades. Las tres máximas que aseguran el éxito a la hora de instaurar un hábito son: a la misma hora, en el mismo lugar y de la misma manera.

 

En los primeros años de vida, la alimentación, el sueño y la higiene son los hábitos primordiales.

Una forma de aprender un adecuado hábito de alimentación es viéndolo. Los padres son  modelos a imitar y si en casa nos regimos por un horario y cuidamos el momento de las comidas, los niños harán lo mismo que nosotros. Es importante darle la importancia que merece dentro del funcionamiento familiar, convirtiendo a la “comida” en un rato donde aprendemos, nos comunicamos y nos alimentamos de forma saludable.

 

Es importante saber que en las horas de sueño de los niños aumenta la producción de la hormona del crecimiento, provocando que duerman más horas y contribuyendo a su maduración neurológica. La falta de sueño dificulta la asimilación de nuevos aprendizajes y de su recuerdo. Por todo esto, sin el descanso necesario no estará en condiciones óptimas para un correcto rendimiento escolar presentando con más frecuencia comportamientos inadecuados (no atiende órdenes, enseguida llora, está irritable, tiene mal carácter, muestra dependencia de los adultos).

Todas estas son razones más que suficientes para entender la importancia de tener un adecuado hábito de sueño pero, además, son muchos los adultos que, al no adquirirlo en la infancia, tienen problemas como el insomnio o la dificultad de conciliar el sueño.

La higiene, como el resto de los hábitos, no aparece de repente, sino que necesita de la puesta en marcha coordinada y diaria de un conjunto de conductas dirigidas a sentirse bien física y psíquicamente. La mejor forma de aprenderlo es asociándolo a rutinas como el baño, lavarse los dientes después de comer o aprender a hacer pis en el váter.

La higiene abarca el aseo, la limpieza y el cuidado del cuerpo, supervisado por los padres al menos hasta los 12 años, cuando previsiblemente el niño será capaz de responsabilizarse y llevarlo a cabo solo.

Para tener éxito en la implantación de los hábitos de higiene es importante asociar estas actividades a un lugar, el cuarto de baño, y a un momento, por la mañana o por la noche. Intentando asociar este hábito a un momento agradable, resaltando lo que nos gusta. “Me encanta lo bien que hueles recién duchado”.

El primer paso es darle a las actividades de higiene la importancia que merecen dentro de la organización familiar. A medida que el desarrollo físico del niño lo permita, y con la ayuda de sus padres, el niño empezará a controlar los esfínteres (pipi y caca) hasta lograr que su acto reflejo se convierta en una función voluntaria. Esta capacidad se adquiere entre los 2 y los tres años. Si con 5 años no ha aprendido a controlarlos, conviene buscar ayuda profesional.

 

En definitiva, cabe destacar que la repetición de rutinas genera hábitos y todo ello es muy importante ya que los hábitos en la educación del niño están ligados al sentimiento de seguridad que necesita para ser feliz.

 

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