La autoestima es la valoración que uno tiene de sí mismo y se establece a través del propio grado de aceptación y del concepto de uno mismo.

Es en la infancia cuando se construyen los cimientos de al autoestima. Ésta, es cambiante y depende fundamentalmente de los acontecimientos que ocurren alrededor del niño y de cómo éste los valora o los interpreta.

Pero hay que ser realistas y objetivos, la autoestima también supone que el niño se acepte tal y como es. Que reconozca sus fallos y limitaciones, para intentar mejorar sus capacidades es indicativo de autoestima y madurez.

La autoestima se compone de diferentes dimensiones:

  • Dimensión afectiva: es todo lo que tiene que ver con cómo se ve el niño a sí mismo y cómo se define sus rasgos de personalidad. ¿Se ve simpático, tranquilo, valiente, tímido?
  • Dimensión física: es la valoración que hace el niño de todo lo que tiene que ver con su físico. ¿Se ve alto, bajo, guapo, fuerte? Incluye todo lo relacionado con su aspecto y destrezas físicas.
  • Dimensión social: incluye el sentimiento de pertenencia a un grupo social y lo habilidoso que se considere el niño para hacer frente a las diferentes demandas sociales del medio, como relacionarse con otros niños o solucionar problemas. ¿Se siente el niño querido por parte del resto de los niños y por los adultos que se relacionan con él?
  • Dimensión académica: se basa en cómo se percibe el niño en el ámbito escolar, si cree que va a ser capaz de rendir conforme a las exigencias que el colegio le demanda, si se considera buen o mal estudiante en relación con su inteligencia, si tiene constancia, capacidad de superar los fracasos o iniciativa.
  • Dimensión familiar: manera en que se percibe el niño como parte de una familia, en sus relaciones familiares, si se considera un buen hijo,… Las respuestas que el grupo familiar le devuelva son muy importantes para el desarrollo de la autoestima.

En todas estas dimensiones influyen notablemente las etiquetas generalizadoras y de tinte negativo que se les ponen a los hijos: “eres un mal estudiante”, “te portas mal”, “eres tímido”,…

Para criticar una conducta con el fin de cambiarla hay que huir de acusaciones de este tipo y hacer hincapié en la conducta concreta. Por ejemplo: “Me gustaría que recogieras tus juguetes cuando acabaras de usarlos”. De esta forma el niño sabrá lo que tiene que hacer. Por el contrario, si se le dice eres un desastre, posiblemente no se esfuerce en cambiar: siempre lo hará de la misma forma y acabará sintiéndose realmente un desastre.

Dejar un comentario